El Papa Jesuita
Segunda y última parte
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Abril 21, 2013
A la memoria del licenciado Gumersindo Magaña, por su honestidad política y personal.
El historiador Manuel Muro, en su obra “Historia de San Luis Potosí”, describe con todo detalle el levantamiento popular ocurrido en la capital potosina en 1767, conocido como “Los Tumultos”, y apunta que la orden del monarca español Carlos III expulsando a los jesuitas no habría producido los efectos que se vieron en esta ciudad si no hubiera estado tan fresca la excitación popular de otros levantamientos ocurridos meses antes y que habían iniciado los vecinos de Cerro de San Pedro.
A cientos de potosinos de los siete barrios, haciendas, pueblos y rancherías vecinas que se rebelaron se les impusieron castigos atroces que iban desde la pena de muerte por ahorcamiento hasta desmembramientos, prisión, azotes, trabajos forzados, confiscación de todos sus bienes, reparación de los daños causados y destierro perpetuo que en algunos casos alcanzaba a sus cónyuges e hijos. A los cuerpos de muchos de estos infelices, después de estar cinco horas suspendidos en las horcas levantadas en la Plaza de Armas, se les cercenaban sus cabezas y en una pica se exhibían en el exterior de sus casas que eran derribadas y sembradas de sal.
En ninguna de las sentencias pronunciadas por el tribunal que presidió José de Gálvez consta que los levantados hubieran privado de la vida a algún vecino. El objetivo era darles un terrible escarmiento para que a nadie más se le ocurriera perturbar la paz y el orden. El atrevimiento de haber impedido que se ejecutara la real determinación del monarca de llevarse a los religiosos de la Compañía de Jesús a Veracruz para ser embarcados a Europa debía ser ejemplarmente castigado; así como penalizar desproporcionadamente los delitos en que incurrieron al liberar a los presos de la cárcel que se sumaron al movimiento y prenderle fuego a dos edificios públicos.
Una de las sentencias que se emitió dice textualmente: “En la causa criminal de la Escandalosa obstinada rebelión de la infame pleve de esta ciudad, sus Pueblos y Barrios que unidos, y aliados, con los naturales de Serro de San Pedro cometieron los mayores insultos, y desacatos, con repetidas conmociones, considerables daños al comercio y honrado Vecindario de esta Istre. Ciudad desde el día veinte y siete de Mayo, hasta el nueve de Julio del presente año, y oponiendose de viba fuerza y de mano Armada en el veinte y seis de Junio á la execusion del Real decreto de su Majestad dado para el estrañamiento de los religiosos de la Compañía sin embargo de constar á los amotinados por el Bando que se publicó el dia antecedente á aquella soverana y justa determinación”.
En otra se condena a “Que los indios de esta Ciudad, sus Barrios, Pueblos, reales de Minas y estancias de su Provincia, no Monten á Cavallo, contra la expresa y justa prohibición, de las Leyes, y handen precisamente bestidos con Tilmas y Balcarrola descubierta, sin vsar el Traxe de Españoles que se havian adoptado, y con el que estaban muy insolentados, confundiendose al mismo tiempo, con los Mulatos y Mestizos, pena de cien Azotes y un mes de Carzel, por primera vez; al que contraviniere y el de desthierro perpetuo, de la Provincia, por la reincidencia…”. Y luego hay quien se asusta de los excesos y crueldades que los insurgentes –43 años después– cometieron contra españoles y criollos en la guerra de Independencia.
Debemos avergonzarnos porque una de las principales avenidas de la ciudad lleva el nombre de este exterminador. Seguramente que el cabildo que lo autorizó ignoraba las atrocidades que había cometido y su traición a los acuerdos que pactó con los líderes del movimiento para terminar con la rebelión. La fórmula con la que se podría justificar la existencia de la placa que lleva su nombre en esa vialidad, por tratarse de un personaje de nuestra historia, sería agregándole el adjetivo calificativo de “genocida”, para que de esta manera sea recordado.
Creo que las críticas y descalificaciones que le han dirigido al Papa Bergoglio, ex provincial de la Compañía de Jesús, como colaborador o por lo menos como sujeto pasivo durante la represión que sufrió la oposición por parte de la dictadura militar argentina en la década de los setenta, han quedado satisfactoriamente aclaradas por parte de los testigos y victimas que sufrieron violaciones a sus derechos humanos, principalmente por el único sobreviviente de los dos miembros de esa comunidad religiosa que fueron encarcelados y torturados, y que estaban bajo su jurisdicción; aunque también nos queda claro, que Bergoglio, como el resto de los argentinos, no hizo todo lo que podía haber hecho para detener esa masacre que en esos años se ignoraba la gravedad de sus alcances.
La Compañía de Jesús, con sus más de 17 mil 600 miembros diseminados en los cinco continentes será un factor decisivo para darle a la Iglesia una orientación que atienda preferentemente a los pobres y olvidados, y no contemporice con los poderosos. Esperamos que el Papa Francisco le dé un giro a la izquierda y le ponga un alto al conservadurismo que la está hundido. Pronto veremos obispos en muchas diócesis de la talla de don Samuel Ruiz o del salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, aquel cuyas reiteradas denuncias de la violencia militar y revolucionaria que ocurrían en su país provocaron que sus enemigos, en plena misa lo ejecutaran a tiros.
Desde que el arzobispo de Buenos Aires llegó al papado ha predicado la importancia de que los sacerdotes salgan de sus mediocridades y se acerquen al sufrimiento de la gente. Creo que ha contraído un compromiso ineludible para renovar a la Iglesia. Un paso que sería reconocido y celebrado por la mayoría de los católicos es la ordenación sacerdotal de las mujeres. Ese sector de la Iglesia le daría un impulso descomunal porque éstas han demostrado su capacidad y vocación en todos los campos y materias que hasta hace poco estaban reservados para los hombres. Es un desperdicio que se les haya excluido de esa actividad, y más cuando los seminarios se están quedando vacíos por falta de vocaciones.
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Abril 21, 2013
A la memoria del licenciado Gumersindo Magaña, por su honestidad política y personal.
El historiador Manuel Muro, en su obra “Historia de San Luis Potosí”, describe con todo detalle el levantamiento popular ocurrido en la capital potosina en 1767, conocido como “Los Tumultos”, y apunta que la orden del monarca español Carlos III expulsando a los jesuitas no habría producido los efectos que se vieron en esta ciudad si no hubiera estado tan fresca la excitación popular de otros levantamientos ocurridos meses antes y que habían iniciado los vecinos de Cerro de San Pedro.
A cientos de potosinos de los siete barrios, haciendas, pueblos y rancherías vecinas que se rebelaron se les impusieron castigos atroces que iban desde la pena de muerte por ahorcamiento hasta desmembramientos, prisión, azotes, trabajos forzados, confiscación de todos sus bienes, reparación de los daños causados y destierro perpetuo que en algunos casos alcanzaba a sus cónyuges e hijos. A los cuerpos de muchos de estos infelices, después de estar cinco horas suspendidos en las horcas levantadas en la Plaza de Armas, se les cercenaban sus cabezas y en una pica se exhibían en el exterior de sus casas que eran derribadas y sembradas de sal.
En ninguna de las sentencias pronunciadas por el tribunal que presidió José de Gálvez consta que los levantados hubieran privado de la vida a algún vecino. El objetivo era darles un terrible escarmiento para que a nadie más se le ocurriera perturbar la paz y el orden. El atrevimiento de haber impedido que se ejecutara la real determinación del monarca de llevarse a los religiosos de la Compañía de Jesús a Veracruz para ser embarcados a Europa debía ser ejemplarmente castigado; así como penalizar desproporcionadamente los delitos en que incurrieron al liberar a los presos de la cárcel que se sumaron al movimiento y prenderle fuego a dos edificios públicos.
Una de las sentencias que se emitió dice textualmente: “En la causa criminal de la Escandalosa obstinada rebelión de la infame pleve de esta ciudad, sus Pueblos y Barrios que unidos, y aliados, con los naturales de Serro de San Pedro cometieron los mayores insultos, y desacatos, con repetidas conmociones, considerables daños al comercio y honrado Vecindario de esta Istre. Ciudad desde el día veinte y siete de Mayo, hasta el nueve de Julio del presente año, y oponiendose de viba fuerza y de mano Armada en el veinte y seis de Junio á la execusion del Real decreto de su Majestad dado para el estrañamiento de los religiosos de la Compañía sin embargo de constar á los amotinados por el Bando que se publicó el dia antecedente á aquella soverana y justa determinación”.
En otra se condena a “Que los indios de esta Ciudad, sus Barrios, Pueblos, reales de Minas y estancias de su Provincia, no Monten á Cavallo, contra la expresa y justa prohibición, de las Leyes, y handen precisamente bestidos con Tilmas y Balcarrola descubierta, sin vsar el Traxe de Españoles que se havian adoptado, y con el que estaban muy insolentados, confundiendose al mismo tiempo, con los Mulatos y Mestizos, pena de cien Azotes y un mes de Carzel, por primera vez; al que contraviniere y el de desthierro perpetuo, de la Provincia, por la reincidencia…”. Y luego hay quien se asusta de los excesos y crueldades que los insurgentes –43 años después– cometieron contra españoles y criollos en la guerra de Independencia.
Debemos avergonzarnos porque una de las principales avenidas de la ciudad lleva el nombre de este exterminador. Seguramente que el cabildo que lo autorizó ignoraba las atrocidades que había cometido y su traición a los acuerdos que pactó con los líderes del movimiento para terminar con la rebelión. La fórmula con la que se podría justificar la existencia de la placa que lleva su nombre en esa vialidad, por tratarse de un personaje de nuestra historia, sería agregándole el adjetivo calificativo de “genocida”, para que de esta manera sea recordado.
Creo que las críticas y descalificaciones que le han dirigido al Papa Bergoglio, ex provincial de la Compañía de Jesús, como colaborador o por lo menos como sujeto pasivo durante la represión que sufrió la oposición por parte de la dictadura militar argentina en la década de los setenta, han quedado satisfactoriamente aclaradas por parte de los testigos y victimas que sufrieron violaciones a sus derechos humanos, principalmente por el único sobreviviente de los dos miembros de esa comunidad religiosa que fueron encarcelados y torturados, y que estaban bajo su jurisdicción; aunque también nos queda claro, que Bergoglio, como el resto de los argentinos, no hizo todo lo que podía haber hecho para detener esa masacre que en esos años se ignoraba la gravedad de sus alcances.
La Compañía de Jesús, con sus más de 17 mil 600 miembros diseminados en los cinco continentes será un factor decisivo para darle a la Iglesia una orientación que atienda preferentemente a los pobres y olvidados, y no contemporice con los poderosos. Esperamos que el Papa Francisco le dé un giro a la izquierda y le ponga un alto al conservadurismo que la está hundido. Pronto veremos obispos en muchas diócesis de la talla de don Samuel Ruiz o del salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, aquel cuyas reiteradas denuncias de la violencia militar y revolucionaria que ocurrían en su país provocaron que sus enemigos, en plena misa lo ejecutaran a tiros.
Desde que el arzobispo de Buenos Aires llegó al papado ha predicado la importancia de que los sacerdotes salgan de sus mediocridades y se acerquen al sufrimiento de la gente. Creo que ha contraído un compromiso ineludible para renovar a la Iglesia. Un paso que sería reconocido y celebrado por la mayoría de los católicos es la ordenación sacerdotal de las mujeres. Ese sector de la Iglesia le daría un impulso descomunal porque éstas han demostrado su capacidad y vocación en todos los campos y materias que hasta hace poco estaban reservados para los hombres. Es un desperdicio que se les haya excluido de esa actividad, y más cuando los seminarios se están quedando vacíos por falta de vocaciones.