El Papa Jesuita
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Abril 14, 2013
Creo que el Papa Francisco ha causado una muy grata impresión en muchos de los que no profesan la religión católica y en los que habiendo sido bautizados en esa fe se han retirado de Roma. Sus mensajes han sido bien recibidos como aquel en el que reunido con miles de periodistas que cubrían el cónclave en el que resultó electo, les dijo en español. “Muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes. De corazón les doy la bendición en silencio, respetándoles, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios”.
Un Papa que reconoce humildemente que su Iglesia no es la única tabla de salvación debe ser apreciado por todos aquellos que creen en la existencia de otra vida después de la muerte. No nos extrañaría que pronto autorice la apertura de los archivos secretos del Vaticano para conocer, entre otros asuntos muy delicados, la verdad sobre el Holocausto judío, como se lo ofreció a un rabino argentino.
Su presencia es como una bocanada de aire fresco en un recinto asfixiante. No dudo de las buenas intenciones del sucesor de San Pedro para darle a la Iglesia un rostro nuevo ajeno al poder y cercano a la gente pobre y a los que sufren injusticias y enfermedades. Asume esta responsabilidad en un momento crucial en el que se desmorona esa Institución por los escándalos de pederastia que han provocado algunos de sus sacerdotes, y por la inmovilidad y discriminación de sus normas. Inicia su pontificado con un bono invaluable de aceptación y liderazgo que debe prontamente aprovechar y no quedarse estancado en simbolismos y posturas externas que pueden desilusionar a los millones de simpatizantes que han depositado su confianza en el jesuita venido de lejos, y a quien muchos consideramos que tiene la calidad moral para iniciar la transformación de una sociedad materialista e indiferente, por otra que le dé sentido y valor a la vida. El tiempo apremia pues los estragos de su edad y la carga de sus responsabilidades muy pronto se verán reflejados en su ánimo y salud.
Son contados los jesuitas que asumen funciones relevantes dentro de la alta clerecía, el argentino Jorge Bergoglio es una de esas excepciones, y no porque sean incapaces o ignorantes, sino porque sus estatutos rechazan la pompa y los privilegios inherentes a esos cargos. El jesuita vestido de blanco se ha proyectado como un hombre sencillo y humilde, cuyo historial y referencias lo avalan. No es un farsante. Uno de los escritores que mejor lo describe es el argentino Ricardo Corleto, un agustino recoleto y párroco en Buenos Aires, que asegura que “Gracias a Dios no ha cambiado, sigue siendo el mismo". Que nunca ha tenido “pelos en la lengua”, y confiesa que todos los que lo hemos conocido personalmente sabemos de su capacidad de cercanía con la gente y su sencillez que se manifiesta de mil maneras.
La compañía de Jesús es una orden religiosa fundada en Roma en 1540 por San Ignacio de Loyola, enfocada principalmente a la educación y misiones, y en la que sus sacerdotes salen preparados con una sólida formación social e intelectual. Es raro el que no posea un doctorado o por lo menos una licenciatura universitaria. Esta organización ha vivido durante siglos entre la alabanza, el destierro y la crítica. Sus enemigos del siglo XVIII se propusieron acabar con la Compañía de Jesús por su defensa incondicional del Papado, su influencia intelectual y su poder económico y político. En 1767 fueron expulsados de los territorios de la corona española,
“en el que el sol no se ponía”, incautándose sus haciendas, escuelas y edificios. Lo que representó un duro golpe para la formación de los jóvenes e indígenas que atendían. En 1773 la orden fue suprimida por el Papa Clemente XIV, que no resistió las presiones de algunos monarcas europeos que se lo exigían. Unos se incorporaron al clero secular y otros emigraron a Prusia y Rusia, en donde Catalina la Grande los albergó, pues esperaba así, con el apoyo intelectual de los jesuitas continuar con la obra de modernización que había iniciado Pedro el Grande. Cuarenta años después, Pío VII restauró la orden para desafiar el peligro que representaban los enemigos de la Iglesia: masones y liberales principalmente. La educación es asumida por los jesuitas como una misión evangelizadora y con una clara inspiración cristiana en un modelo liberador y humano. Sus escuelas y universidades atienden a casi 3 millones de alumnos en 69 países.
Me contaba un familiar del sexto obispo de San Luis, Guillermo Tritschler y Córdoba (1931-1941), que su tío había corrido a los jesuitas de la entidad porque le sonsacaban a las mejores vocaciones del seminario en el que impartían clases para llevárselos a su orden. Desde entonces no han regresado a San Luis en donde tuvieron una importantísima y prolongada presencia. Es una lástima que ya no estén con nosotros. El antecedente más remoto de la fundación del Colegio de los Jesuitas, como escuela de primeras letras, que ahora es la sede del edificio central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, data de 1623. La historiadora Isabel Monroy relata en una de sus obras que los levantamientos ocurridos en la capital potosina entre mayo y octubre de 1767, conocidos como “Los Tumultos” por la gravedad de la sedición, se atribuyen a la prohibición y venta libre de tabaco, pero principalmente a la expulsión de los jesuitas que eran muy queridos y respetados en San Luis. Cuenta que los rebeldes impidieron su salida de la ciudad y las autoridades locales no tuvieron capacidad para dominar la situación hasta que el visitador José de Gálvez acompañado de una importante fuerza militar hizo salir a los padres con rumbo a Xalapa, siendo los últimos en abandonar la Nueva España. El visitador no respetó los acuerdos de pacificación y ejerció una cruel represión contra la población que marcó para siempre el carácter de los potosinos y que de alguna manera explican su desconfianza y tirria a los gobernantes.
Abril 14, 2013
Creo que el Papa Francisco ha causado una muy grata impresión en muchos de los que no profesan la religión católica y en los que habiendo sido bautizados en esa fe se han retirado de Roma. Sus mensajes han sido bien recibidos como aquel en el que reunido con miles de periodistas que cubrían el cónclave en el que resultó electo, les dijo en español. “Muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, otros no son creyentes. De corazón les doy la bendición en silencio, respetándoles, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios”.
Un Papa que reconoce humildemente que su Iglesia no es la única tabla de salvación debe ser apreciado por todos aquellos que creen en la existencia de otra vida después de la muerte. No nos extrañaría que pronto autorice la apertura de los archivos secretos del Vaticano para conocer, entre otros asuntos muy delicados, la verdad sobre el Holocausto judío, como se lo ofreció a un rabino argentino.
Su presencia es como una bocanada de aire fresco en un recinto asfixiante. No dudo de las buenas intenciones del sucesor de San Pedro para darle a la Iglesia un rostro nuevo ajeno al poder y cercano a la gente pobre y a los que sufren injusticias y enfermedades. Asume esta responsabilidad en un momento crucial en el que se desmorona esa Institución por los escándalos de pederastia que han provocado algunos de sus sacerdotes, y por la inmovilidad y discriminación de sus normas. Inicia su pontificado con un bono invaluable de aceptación y liderazgo que debe prontamente aprovechar y no quedarse estancado en simbolismos y posturas externas que pueden desilusionar a los millones de simpatizantes que han depositado su confianza en el jesuita venido de lejos, y a quien muchos consideramos que tiene la calidad moral para iniciar la transformación de una sociedad materialista e indiferente, por otra que le dé sentido y valor a la vida. El tiempo apremia pues los estragos de su edad y la carga de sus responsabilidades muy pronto se verán reflejados en su ánimo y salud.
Son contados los jesuitas que asumen funciones relevantes dentro de la alta clerecía, el argentino Jorge Bergoglio es una de esas excepciones, y no porque sean incapaces o ignorantes, sino porque sus estatutos rechazan la pompa y los privilegios inherentes a esos cargos. El jesuita vestido de blanco se ha proyectado como un hombre sencillo y humilde, cuyo historial y referencias lo avalan. No es un farsante. Uno de los escritores que mejor lo describe es el argentino Ricardo Corleto, un agustino recoleto y párroco en Buenos Aires, que asegura que “Gracias a Dios no ha cambiado, sigue siendo el mismo". Que nunca ha tenido “pelos en la lengua”, y confiesa que todos los que lo hemos conocido personalmente sabemos de su capacidad de cercanía con la gente y su sencillez que se manifiesta de mil maneras.
La compañía de Jesús es una orden religiosa fundada en Roma en 1540 por San Ignacio de Loyola, enfocada principalmente a la educación y misiones, y en la que sus sacerdotes salen preparados con una sólida formación social e intelectual. Es raro el que no posea un doctorado o por lo menos una licenciatura universitaria. Esta organización ha vivido durante siglos entre la alabanza, el destierro y la crítica. Sus enemigos del siglo XVIII se propusieron acabar con la Compañía de Jesús por su defensa incondicional del Papado, su influencia intelectual y su poder económico y político. En 1767 fueron expulsados de los territorios de la corona española,
“en el que el sol no se ponía”, incautándose sus haciendas, escuelas y edificios. Lo que representó un duro golpe para la formación de los jóvenes e indígenas que atendían. En 1773 la orden fue suprimida por el Papa Clemente XIV, que no resistió las presiones de algunos monarcas europeos que se lo exigían. Unos se incorporaron al clero secular y otros emigraron a Prusia y Rusia, en donde Catalina la Grande los albergó, pues esperaba así, con el apoyo intelectual de los jesuitas continuar con la obra de modernización que había iniciado Pedro el Grande. Cuarenta años después, Pío VII restauró la orden para desafiar el peligro que representaban los enemigos de la Iglesia: masones y liberales principalmente. La educación es asumida por los jesuitas como una misión evangelizadora y con una clara inspiración cristiana en un modelo liberador y humano. Sus escuelas y universidades atienden a casi 3 millones de alumnos en 69 países.
Me contaba un familiar del sexto obispo de San Luis, Guillermo Tritschler y Córdoba (1931-1941), que su tío había corrido a los jesuitas de la entidad porque le sonsacaban a las mejores vocaciones del seminario en el que impartían clases para llevárselos a su orden. Desde entonces no han regresado a San Luis en donde tuvieron una importantísima y prolongada presencia. Es una lástima que ya no estén con nosotros. El antecedente más remoto de la fundación del Colegio de los Jesuitas, como escuela de primeras letras, que ahora es la sede del edificio central de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, data de 1623. La historiadora Isabel Monroy relata en una de sus obras que los levantamientos ocurridos en la capital potosina entre mayo y octubre de 1767, conocidos como “Los Tumultos” por la gravedad de la sedición, se atribuyen a la prohibición y venta libre de tabaco, pero principalmente a la expulsión de los jesuitas que eran muy queridos y respetados en San Luis. Cuenta que los rebeldes impidieron su salida de la ciudad y las autoridades locales no tuvieron capacidad para dominar la situación hasta que el visitador José de Gálvez acompañado de una importante fuerza militar hizo salir a los padres con rumbo a Xalapa, siendo los últimos en abandonar la Nueva España. El visitador no respetó los acuerdos de pacificación y ejerció una cruel represión contra la población que marcó para siempre el carácter de los potosinos y que de alguna manera explican su desconfianza y tirria a los gobernantes.