Un borrachín irascible
Por EDUARDO MARTÍNEZ BENAVENTE
Febrero 24, 2013
Todo aquel que pretenda escribir sobre la vida y obra de Felipe Calderón está obligado a dedicarle una buena parte de su biografía a su explosiva y autoritaria personalidad, a sus problemas con el alcohol y a los agravios que infirió a amigos y colaboradores. Sólo así podríamos conocerlo. El empecinamiento y soberbia del que ocupó Los Pinos durante el sexenio anterior debe ser materia de un profundo análisis para entender las acciones que emprendió en contra del crimen organizado que provocaron el agravamiento de la violencia e inseguridad que se vive en la mayor parte del país; al extremo de que la secretaria de Estado Hillary Clinton estimó que esta amenaza “se está transformando en, o haciendo causa común con lo que nosotros consideraríamos una insurgencia en México y en Centroamérica”. Esta visión -distinta a las convencionales- disgustó profundamente al gobierno panista que no aceptó ni remotamente que el conflicto que padecemos, y que nadie sabe cómo detenerlo, tenga las características de una guerra civil o de un levantamiento armado que intente derrocar a la autoridad.
Todos aquellos que tuvieron alguna experiencia con Felipe Calderón deberían publicarla para que los columnistas e historiadores tengan elementos que les permitan enmarcar a este personaje en el sitio que le corresponde en la historia. Cuando don Julio Scherer publicó su libro “Calderón de Cuerpo Entero”, consideramos que la información que le confió Manuel Espino, ex presidente del Comité Nacional del PAN, estaba viciada porque carecía de objetividad pues sus acusaciones podían haber emanado de la herida abierta que le provocó el rompimiento con su colega y amigo, y que terminó con su carrera política. Creíamos que sus anécdotas sobre su alcoholismo y estallidos de ira eran exageradas, pero no, otras fuentes lo confirmaban. “No lo estoy agraviando ni calumniando, -aclaraba- simplemente le concedí la entrevista a Julio Scherer, el cual lo incorporó en un libro, tengo perfectamente claro por qué lo hice, me convenció que la historia se debe de conocer tal cual es”.
El tema de su abuso al alcohol brincó a la opinión pública por la exhibición de una manta que desplegaron varios diputados de izquierda en la Cámara de Diputados, en la que se podía leer: “¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? No, ¿verdad? ¿Y por qué lo dejas conducir el país?” A Carmen Aríztegui la corrieron de su programa porque lanzó al aire una pregunta incómoda: “¿Tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la República?”.Las presiones de su amplio y fiel auditorio valieron para que el gobierno cediera y ordenara a la empresa que regresara la periodista a su noticiero. El estado de salud de un jefe de Estado es, desde luego, un tema de interés público que debe conocerse.
Narra Don Julio en su libro un reclamo que le tocó presenciar al entrevistado cuando Margarita Zavala le cayó por sorpresa a su esposo en un restaurante en el que quería seguir bebiendo: “-Felipe, te he estado buscando. No te reportas, tu chofer me dice que no me puedes decir dónde estás. Lo forcé a que me diera tu paradero y por eso estoy aquí. Ya habíamos quedado en que no ibas a tomar”.
Los percances que causaban su alcoholismo saltan de un capítulo a otro del libro. Recuerda Espino una reunión que tuvieron los diputados panistas en el Hotel Jurica de Querétaro cuando Calderón fue nombrado coordinador de la bancada. Narra que esa noche el gobernador del estado les ofreció una cena y “Ya tarde, me despedí de mis compañeros. Agotado, me fui a dormir”. “Como a la una de la mañana escuché llamadas a mi puerta. Se trataba del diputado Alejandro Zapata Perogordo. Le pregunté qué pasaba. “—Tenemos un problema con Felipe Calderón. Sigue con el escándalo allá abajo. Se le fue la lengua con algunos diputados, riñó con el gerente del hotel y se metió con los meseros. “--¿Por qué todo eso?–le pregunté a Zapata. “—El hotel da servicio hasta determinada hora y, ya vencido el plazo, Calderón exige que le sirvan una botella más. Por eso vengo por ti.”
Las revelaciones que hizo esta semana el gobernador de Durango Jorge Herrera Caldera a un medio de circulación nacional nos confirman que Fernando Toranzo no era el único gobernador al que humillaba y desatendía. A otros les fue peor. El duranguense saca su lista de agravios y repasa que “Un día casi me da un chingadazo porque le dije que él nada tenía que ver en la construcción de la supercarretera Mazatlán-Durango”. Asegura de que no era muy comunicativo con los gobernadores: “Ni cuando iba a los estados hablaba con nosotros. Él siempre con su BlackBerry. No nos hacía caso…”. Recuerda que en un recorrido que hizo por esa magna obra los acompañó el gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, lo que lo obligaría a relajarse y platicar con nosotros, pero nada: “Queríamos sacarle plática. Nos respondía “permítanme”, sin apartar la vista del celular”. No se le olvida que en las reuniones de la Conago a las que asistía el panista eran estadísticas y más estadísticas. Seis horas de pérdida de tiempo “y él con la BlackBerry”. Confiesa que en un desayuno con Calderón le salió lo francote a Fernando Toranzo, -otro de mecha corta- quien le dijo al presidente: “Yo sí soy bueno para la estadística. Todo esto vale madres”. El entrevistado concluye que “Vivía encabronado” y que a sus colaboradores más cercanos les daba trato de “gatos pulgosos”.
No habría nada que reclamarle a Calderón si sus diferencias con
Toranzo hubieran quedado en el plano de la ofensa personal, pero en este caso
los potosinos sufrimos las consecuencias de esa relación y quedamos marginados
de muchos de los beneficios que la federación podía habernos otorgado. No
recibimos recursos extraordinarios y en pocas ocasiones visitó la entidad, y
cuando lo hizo, la nota más destacada del evento eran sus impertinencias con los
acarreados y los desplantes que le hacía al gobernador. No creo que con Peña
Nieto nos vaya ir mejor, pues dentro de sus consideraciones tiene al estado y al
gobernador en poca estima y valor.
Febrero 24, 2013
Todo aquel que pretenda escribir sobre la vida y obra de Felipe Calderón está obligado a dedicarle una buena parte de su biografía a su explosiva y autoritaria personalidad, a sus problemas con el alcohol y a los agravios que infirió a amigos y colaboradores. Sólo así podríamos conocerlo. El empecinamiento y soberbia del que ocupó Los Pinos durante el sexenio anterior debe ser materia de un profundo análisis para entender las acciones que emprendió en contra del crimen organizado que provocaron el agravamiento de la violencia e inseguridad que se vive en la mayor parte del país; al extremo de que la secretaria de Estado Hillary Clinton estimó que esta amenaza “se está transformando en, o haciendo causa común con lo que nosotros consideraríamos una insurgencia en México y en Centroamérica”. Esta visión -distinta a las convencionales- disgustó profundamente al gobierno panista que no aceptó ni remotamente que el conflicto que padecemos, y que nadie sabe cómo detenerlo, tenga las características de una guerra civil o de un levantamiento armado que intente derrocar a la autoridad.
Todos aquellos que tuvieron alguna experiencia con Felipe Calderón deberían publicarla para que los columnistas e historiadores tengan elementos que les permitan enmarcar a este personaje en el sitio que le corresponde en la historia. Cuando don Julio Scherer publicó su libro “Calderón de Cuerpo Entero”, consideramos que la información que le confió Manuel Espino, ex presidente del Comité Nacional del PAN, estaba viciada porque carecía de objetividad pues sus acusaciones podían haber emanado de la herida abierta que le provocó el rompimiento con su colega y amigo, y que terminó con su carrera política. Creíamos que sus anécdotas sobre su alcoholismo y estallidos de ira eran exageradas, pero no, otras fuentes lo confirmaban. “No lo estoy agraviando ni calumniando, -aclaraba- simplemente le concedí la entrevista a Julio Scherer, el cual lo incorporó en un libro, tengo perfectamente claro por qué lo hice, me convenció que la historia se debe de conocer tal cual es”.
El tema de su abuso al alcohol brincó a la opinión pública por la exhibición de una manta que desplegaron varios diputados de izquierda en la Cámara de Diputados, en la que se podía leer: “¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? No, ¿verdad? ¿Y por qué lo dejas conducir el país?” A Carmen Aríztegui la corrieron de su programa porque lanzó al aire una pregunta incómoda: “¿Tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la República?”.Las presiones de su amplio y fiel auditorio valieron para que el gobierno cediera y ordenara a la empresa que regresara la periodista a su noticiero. El estado de salud de un jefe de Estado es, desde luego, un tema de interés público que debe conocerse.
Narra Don Julio en su libro un reclamo que le tocó presenciar al entrevistado cuando Margarita Zavala le cayó por sorpresa a su esposo en un restaurante en el que quería seguir bebiendo: “-Felipe, te he estado buscando. No te reportas, tu chofer me dice que no me puedes decir dónde estás. Lo forcé a que me diera tu paradero y por eso estoy aquí. Ya habíamos quedado en que no ibas a tomar”.
Los percances que causaban su alcoholismo saltan de un capítulo a otro del libro. Recuerda Espino una reunión que tuvieron los diputados panistas en el Hotel Jurica de Querétaro cuando Calderón fue nombrado coordinador de la bancada. Narra que esa noche el gobernador del estado les ofreció una cena y “Ya tarde, me despedí de mis compañeros. Agotado, me fui a dormir”. “Como a la una de la mañana escuché llamadas a mi puerta. Se trataba del diputado Alejandro Zapata Perogordo. Le pregunté qué pasaba. “—Tenemos un problema con Felipe Calderón. Sigue con el escándalo allá abajo. Se le fue la lengua con algunos diputados, riñó con el gerente del hotel y se metió con los meseros. “--¿Por qué todo eso?–le pregunté a Zapata. “—El hotel da servicio hasta determinada hora y, ya vencido el plazo, Calderón exige que le sirvan una botella más. Por eso vengo por ti.”
Las revelaciones que hizo esta semana el gobernador de Durango Jorge Herrera Caldera a un medio de circulación nacional nos confirman que Fernando Toranzo no era el único gobernador al que humillaba y desatendía. A otros les fue peor. El duranguense saca su lista de agravios y repasa que “Un día casi me da un chingadazo porque le dije que él nada tenía que ver en la construcción de la supercarretera Mazatlán-Durango”. Asegura de que no era muy comunicativo con los gobernadores: “Ni cuando iba a los estados hablaba con nosotros. Él siempre con su BlackBerry. No nos hacía caso…”. Recuerda que en un recorrido que hizo por esa magna obra los acompañó el gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, lo que lo obligaría a relajarse y platicar con nosotros, pero nada: “Queríamos sacarle plática. Nos respondía “permítanme”, sin apartar la vista del celular”. No se le olvida que en las reuniones de la Conago a las que asistía el panista eran estadísticas y más estadísticas. Seis horas de pérdida de tiempo “y él con la BlackBerry”. Confiesa que en un desayuno con Calderón le salió lo francote a Fernando Toranzo, -otro de mecha corta- quien le dijo al presidente: “Yo sí soy bueno para la estadística. Todo esto vale madres”. El entrevistado concluye que “Vivía encabronado” y que a sus colaboradores más cercanos les daba trato de “gatos pulgosos”.
No habría nada que reclamarle a Calderón si sus diferencias con
Toranzo hubieran quedado en el plano de la ofensa personal, pero en este caso
los potosinos sufrimos las consecuencias de esa relación y quedamos marginados
de muchos de los beneficios que la federación podía habernos otorgado. No
recibimos recursos extraordinarios y en pocas ocasiones visitó la entidad, y
cuando lo hizo, la nota más destacada del evento eran sus impertinencias con los
acarreados y los desplantes que le hacía al gobernador. No creo que con Peña
Nieto nos vaya ir mejor, pues dentro de sus consideraciones tiene al estado y al
gobernador en poca estima y valor.